Si se lee detenidamente la Agenda 2063, las energías renovables están incluidas en el punto 1.7., por lo que forman parte de la primera meta de dicha agenda, que se centra en la consecución de “un África próspera, que tenga como base el crecimiento inclusivo y el desarrollo sostenible”. No obstante, se debe tener en cuenta que el aprovechamiento de las fuentes de energía renovables, más allá de su uso histórico-tradicional, es ya una realidad en muchos entornos africanos; además, su fuente, cantidad y uso son muy cambiantes, dada la amplia diversidad regional.
De acuerdo a datos recogidos por BP en 2018, África tiene como principal fuente energética el petróleo, seguido por el gas natural y el carbón. La energía hidroeléctrica aparece como la única fuente renovable de energía digna de mención, ya que la aportación del resto es mínima. En cualquier caso, no se debe olvidar que el consumo energético africano es muy inferior tanto en total como per cápita, en comparación con el resto del mundo. Según IRENA, un 48% de los ciudadanos africanos carecen de acceso a la red eléctrica en 2017.
Las posibilidades energéticas del continente africano son abundantes. Según Africa Climate Reality Project, África cuenta con amplias zonas con una radiación solar diaria que oscila entre 4 y 6 kW y la capacidad eólica alcanzaría los 460 PWh (460 billones de kWh). Aun así, partiendo únicamente de estas dos fuentes energéticas, la desigualdad territorial se hace latente, ya que ambas áreas tienden a coincidir. Además, muchas de estas zonas mencionadas están poco pobladas y suelen encontrarse lejos de los núcleos de desarrollo que las harían viables.
Fuente: Africa Climate Reality Project
Sin embargo, como indican los datos, la energía hidroeléctrica es la fuente de energía renovable más explotada en el continente. El desarrollo de presas no deja de ser una gran baza, dada la importancia de algunos ríos como el Nilo o el Congo, los cuales ya han sido objeto de este tipo de obras con las presas de Inga en la República Democrática del Congo o la presa de Asuán en Egipto.
No obstante, cabe señalar que, si bien las presas pueden traer muchos beneficios más allá de la energía, como el control de caudal, tanto la alteración del lugar o el uso agrandado que se le puede dar al agua almacenada –además de la fase de llenado– pueden resultar traumáticos para el entorno y el ecosistema. Este tipo de proyectos pueden también resultar conflictivos, ya que pueden afectar no ya a comunidades enteras, sino a distintos Estados, como es el caso de la Gran Presa del Renacimiento Etíope construida sobre el Nilo Azul, que tiene enfrentados a los gobiernos de Etiopía y Egipto.
Sudáfrica, dentro de su apuesta para ser un polo económico y a la vez un líder continental, tiene múltiples proyectos en marcha; con estos, busca obtener un abanico de fuentes energéticas que ayuden a fortalecer su desarrollo. Así, vemos una vez más la inversión en renovables como una opción de futuro con rentabilidad creciente. Otro país que ha sido ejemplo en los últimos años en lo que a desarrollo económico y social se refiere, Ghana, también se ha mostrado determinado a desarrollar, mediante incentivos y otras medidas, el desarrollo de fuentes renovables.
Entre las energías renovables menos habituales podemos destacar los recursos geotérmicos, que son especialmente ricos en el Gran Valle del Rift. Aquí, países como Kenia están haciendo un profuso uso de estas fuentes. En este caso volvemos a asistir a un choque entre el desarrollo económico –y energético en este caso– con la conservación de su entorno inmediato, ya que en esta región africana se concentra gran cantidad de fauna y flora.
Así, las energías renovables no son únicamente una fuente de energía, sino también de crecimiento económico. Este se puede observar sencillamente en los medios requeridos para su construcción y mantenimiento y en todos los beneficios económicos y sociales que esto reporta (desarrollo de su entorno, empleo, accesibilidad…). Las energías renovables emplean a más de 10 millones de personas en el mundo, aportando además un gran valor añadido que repercutiría positivamente en África.
Sobre el contexto actual, no se puede obviar su complejidad; la reciente epidemia y sus consecuencias, de las cuales África no va a quedar al margen pueden suponer un gran lastre. Además, a una deficiencia existente en la conexión a la red se añade una población creciente, principalmente urbana. Esta concentración de la población, si bien simplifica la red, también requiere una gran potencia y medios para transportar la energía desde los puntos de generación, sin olvidar que el desarrollo económico e industrial requerirá energía adicional. Por tanto, la eficiencia tendrá también un papel importante ya que, ante el contexto de contracción económica, habrá que sacar el máximo rendimiento a cada kWh.
En conclusión, las opciones de África de cara a la transición energética son tan múltiples y variadas como sus recursos y fuentes. Además, muchos países llevan tiempo dando pasos en esta dirección, lo que facilita que profundicen en la adopción de medidas y, a la vez, motiven a los países de su entorno a que actúen de forma similar. Sin embargo, no se debe negar que esta transformación es social y económica y que va a afectar a todas las capas de la sociedad. Este hecho puede plantear una disyuntiva habitual en los países en desarrollo, que es cuánto esfuerzo se destina a las necesidades sociales y cuánta al mero desarrollo económico. Así, una transición energética que ignore las necesidades de la población y que se haga a costa de su entorno será muy difícilmente viable.