La disputa por el Nilo: una ventana para el desarrollo

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El pasado 22 de junio, el ministro de asuntos exteriores egipcio Sameh Shoukry acusaba a Etiopía de actuar irresponsablemente al seguir adelante con la construcción de la Presa del Renacimiento.

Zona del Nilo en construcción. Crédito: Viviane Ogou (2015)

 Tras las palabras, en octubre de 2019, del presidente etíope Abiy Ahmed, quien expresaba que «no hay fuerza que pueda detener a Etiopía en la construcción de la presa», y los intentos de llevar a cabo la iniciativa unilateralmente,  Shoukry ha instado al Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas a actuar duramente si la construcción de la infraestructura sigue en pie sin acuerdo. Mientras tanto, su homólogo etíope, Gedu Andargachew, califica de injusta la exigencia, argumentando que «si llegar a un acuerdo con Egipto es la condición para llenar la presa, ésta no será llenada nunca. […] Egipto siempre vendrá con excusas para no alcanzarlo.»

La presa GERD (por las siglas en inglés) ha provocado tensiones en las regiones del Nilo desde su primera aparición pública en 2011. Sin embargo, entre tal caos, muchos análisis sugieren que la presa puede suponer una primera luz de esperanza ante el futuro de escasez y desertificación severa que la ciencia prevé para esta región.

Pero, ¿por qué tal proyecto ha adquirido un tono tan tenso entre estas dos naciones? ¿Qué supone éste para las dos potencias africanas y para las demás que dependen del afluente?

Empecemos por la historia. El río Nilo, el segundo más largo del mundo, ha sido desde siempre una fuente de prosperidad y fertilidad en cuanto a la civilización se refiere. De él dependen 10 países –Egipto, Sudán, Sudán del Sud, Etiopía, Ruanda, Uganda, Kenia, la República Democrática del Congo, Tanzania y Burundi–, los cuales durante siglos han ido viviendo de este afluente en considerable paz. Egipto fue siempre el poder dominante sobre el río, al ser la mayor potencia y al contar con una nación más poblada y desarrollada. Tal poder se formalizó con un acuerdo en 1929, en el que Reino Unido –el país que poseía el control colonial de la región por aquel entonces– otorgaba a Egipto y a Sudán una posición aventajada respecto a la posesión y la administración de tal recurso. Y, es más, años más tarde, en 1959, ya con la ausencia de la tutela británica, las dos potencias africanas modificaron el acuerdo, auto-adjudicándose entre las dos el control de más de 70.000 millones de metros cúbicos de agua de un total de 84.000, dejando a los otros 8 países totalmente desproveídos.

Mapa de la región de la Cuenca del Nilo – Fuente: MIT Abdul Latif Jameel World Water and Food Security Lab

Es cierto que Egipto es la zona más desértica de los 10 países del Nilo y, por tanto, la más sujeta a él. Sin embargo, el exponencial crecimiento demográfico que ya está comenzando a producirse en el resto de países, además del empeoramiento de las condiciones climáticas, hacen que el agua se convierta en un preciado recurso para todos. Sobretodo para Etiopía, que ha sobrepasado el nivel de población egipcia y se encuentra en una situación muy inestable en referencia al acceso al agua, así como a nivel energético y económico.

Es por esto mismo que fue Etiopía quién propuso el Nile Basin Cooperative Framework Agreement (CFA), un acuerdo de cooperación de la Cuenca del Nilo junto a los diez países antes mencionados. El acuerdo sugiere una repartición equitativa del agua del río. No obstante, Egipto, el actual poseedor del control sobre el río, rechazó la propuesta y se desentendió de la iniciativa. Ante tal negación a la cooperación, una Etiopía que necesitaba el agua para sacar adelante a su ciudadanía, aprovechó la inestabilidad egipcia durante la llamada Primavera Árabe en 2011 para empezar el proyecto. La Presa del Renacimiento se estableció como una promesa de desarrollo tanto para su pueblo como para los pueblos vecinos, a los que aseguraba que se verían beneficiados de tal inversión.

Sin embargo, ¿cuáles son realmente las externalidades de la construcción de esta presa?

Empezando por las positivas, la puesta en marcha de la presa significaría no sólo abastecer de agua potable a toda la población etíope, sino que toda la restante podría ser también utilizada para compensar sus carencias energéticas y, además, la energía producida sería tal que incluso se podría vender, facilitando el consumo energético sostenible a los demás países del Nilo. De hecho, Etiopía ya sugirió este trato especial en términos de exportación energética a las dos potencias río abajo, Sudán y Egipto, en una declaración de intenciones firmada en Khartoum (Sudán) en 2015. Todo este mercado, que podría pronto abrir sus puertas, permitiría a la región etíope desarrollar de nuevo su economía y empezar a prescindir de las deudas públicas que desde siempre han dictado una política social precaria

No obstante, a pesar de los beneficios citados, el Gobierno egipcio se presenta extremadamente preocupado por los efectos que la presencia de la presa GERD puede tener en su acceso al agua. Según un estudio de la Geological Society of America, si esta procede a llenarse en un periodo de 5 a 7 años –un poco más de lo que Etiopía tiene previsto, y uno de los matices también decisivos en esta disputa– la afluencia del Nilo en Egipto podría reducirse en un 25%, causando una situación desastrosa para su industria agrícola.

Sobre este último punto, el Massachusetts Institute of Technology (MIT) declaró en uno de sus estudios que ese nocivo escenario no sería necesariamente una consecuencia directa de la presa, sino que la gran dependencia  hídrica de la agricultura y la acelerada salinización en su territorio serían áreas de estudio independientes, que podrían ser fácilmente combatidas con una mayor inversión en innovación tecnológica en las técnicas de cultivo. Y es que, para producir un solo kilo de maíz, Egipto gasta el doble de agua de la que utilizaría un agricultor francés, según las observaciones del IHE Delft Institute of Water Education.

Teniendo en cuenta los escenarios de beneficios y riesgos citados, podemos concluir lo siguiente:

  1. La construcción de la presa se posa como una necesidad extrema para el abastecimiento de recursos hídricos de esas densas poblaciones del noreste africano, cada vez más expuestas a situaciones difíciles por el cambio climático.
  2. La presa podría suponer un avance inaudito en la capacidad de generación eléctrica de los países de la Cuenca del Nilo, siempre y cuando Etiopía no rompa su palabra y siga comprometida con establecer un marco de cooperación que ayude a sus vecinos.
  3. El proyecto de la presa también ha hecho patentes las carencias a nivel tecnológico de la región. Ante estas, el potencial mercado eléctrico que se generará a raíz de la presa favorecerá una mayor disposición económica y abrirá la puerta a un camino de desarrollo. Éste, a su vez, contribuirá enormemente a conseguir los objetivos de la Agenda 2063 de la Unión Africana y a revisar las antiguas e ineficientes prácticas agrícolas. 

Todo este desarrollo contribuirá enormemente al crecimiento social de la región, algo que la gente lleva décadas exigiendo. Sin embargo, como el estudio de la MIT citado anteriormente advierte, la iniciativa ha de ir acompañada de un acuerdo sólido en cuanto a repartición de beneficios entre países se refiere; así como de la promoción de la mejora de los sistemas agrícolas, para que la ciudadanía egipcia no se vea dañada repentinamente. 

Aquí se abre una ventana a un nuevo futuro para los habitantes de la Cuenca del Nilo. No obstante, sin un espíritu de cooperación por parte de todos ellos la presa GERD se convertirá en otro motivo de hostilidad. Es hora de que Egipto abandone el orgullo que el Nilo lleva alimentando desde hace siglos y acepte proceder a un control compartido. Requisitos esenciales que, aunque el ministro egipcio Shoukry asegurara estar dispuesto a asumir en una carta al presidente del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas hace tan solo unos días, no podremos celebrar hasta que se conviertan en pruebas reales del compromiso con el dialogo. A su vez, ni Etiopía ni ninguna otra nación ha de tomar la posición que Egipto podría dejar atrás, sino dar paso a una nueva era de desarrollo social, cooperativo y sostenible.

Bianca Carrera

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