Evolución de las migraciones Tuareg en África occidental

Los Tuareg son un pueblo amazigh de tradición nómada que habita el Sáhara y parte del Sahel, en el territorio de seis estados africanos. La conquista musulmana del Magreb en el siglo VII d.C. supuso un notable incremento de la movilidad tuareg hacia el sur, ya que se convirtieron en el nexo entre el islam y los estados sahelianos, teniendo un papel fundamental en las rutas comerciales transaharianas y en la difusión cultural.

Tuareg comerciando con placas de sal. Fuente: Brent Stirton/ National Geographic.

La disrupción producida en el Magreb tras la conquista de los seguidores de Mahoma llevó a los grupos bereberes que allí habitaban a tener que elegir entre dos opciones: un proceso de arabización o su reasentamiento. Los Tuareg fueron unos de estos pueblos que, tras el contacto inicial con los musulmanes, mantuvieron su forma de vida nómada en la parte central del desierto. Conocedores de las dificultades que la vida en dicho lugar tiene, han estado siempre en relativo movimiento, ya sea como pastores trashumantes o como comerciantes a larga distancia.

El cuidado de sus rebaños, principalmente animales muy resistentes como cabras, camellos y asnos, les ha conducido a una vida itinerante. Sin embargo, la trashumancia, siendo su actividad principal, no excluye que, en ubicaciones más fértiles como el Sahel, los tuareg puedan también realizar cultivos, siempre para complementar las necesidades de alimentación del ganado. La irregularidad de las precipitaciones y la escasez de recursos hídricos han llevado a eventuales conflictos, como los que surgieron tras las grandes sequías de 1970 y 1980. En el contexto actual de urbanización acelerada que se da en África occidental, los nómadas se encuentran en riesgo de desaparecer, ya que cada vez un mayor número de ellos deciden buscar trabajo en las grandes urbes del Sahel, son los conocidos como Ishumar.

Su rol en el desarrollo económico y comercial de la región occidental africana ha sido vital, generando sinergias que beneficiaron enormemente a dominios muy alejados, como al Imperio de Ghana, Al-Ándalus o las ciudades estado italianas. Tradicionalmente se ha relacionado a los tuareg con el pastoreo itinerante, pero hay que tener en cuenta que la existencia de grandes depósitos de sal en su territorio ha incentivado su comercio con otras sociedades vecinas. Una vez extraída, la sal era transportada a lomos de sus camellos hacia los estados meridionales, donde era intercambiada por oro y otros bienes. Tras ello, y gracias a su conocimiento de las rutas que atravesaban el desierto, los caravaneros transportaban grandes cantidades de oro hasta el Mediterráneo.

Los tuareg, que en un inicio habían mantenido sus creencias animistas, fueron incorporando a ellas la doctrina islámica, posibilitando la pervivencia de su tradición organizativa en castas y garantizando a la mujer el ejercicio de sus derechos de una forma similar al hombre. En lo relativo a esta última cuestión, la herencia se transmite de una forma matrilineal, mientras que el uso del velo está vinculado a los hombres mayores de 25 años. Se puede apreciar por tanto que, aunque practican el islam, los tuareg han mantenido rasgos de su cultura primigenia en armonía con su credo. En las sociedades de la región frecuentemente se combinan elementos religiosos y costumbres diversas, generando un crisol de culturas único en el mundo.

La intensidad del comercio transahariano fue de tal magnitud que el Imperio de Ghana permitió a los tuareg establecer pequeños asentamientos que sirvieran como estaciones intermedias de estas rutas de intercambio. Uno de estos núcleos sería la actual ciudad de Timbuktú, el perfecto ejemplo para entender el dinamismo que estas actividades generaban y el enriquecimiento cultural que aportaba el hecho de servir de enlace entre sociedades tan diversas. En la fisionomía de esta urbe se puede apreciar diferentes influencias de construcción, con numerosas madrasas en las que los estudiosos hacían acopio del saber islámico y la historia de la región.

Mezquita Djinguereber al final del rezo del mediodía. Fuente: Sean Smith. The Guardian.

Si bien el continuo flujo de mercancías, personas e ideas transportadas a través del desierto por comerciantes tuareg contribuyó a la difusión de la doctrina islámica, esto no fue inmediato. Supuso, en cambio, un proceso progresivo en el que se adoptó la religión como una forma de facilitar el comercio, generando un clima de confianza compartido entre creyentes de regiones muy lejanas. Además, el empleo del árabe como lengua franca para hacer negocios llevó a más africanos a su estudio, y por relación, a estudiar el Corán. Hacia 1200 d.C. la mayoría de los gobernantes de la región se habían convertido al islam, algo que incentivó su extensión a la población general y a la mezcla cultural con pueblos como los tuareg.

No obstante, la importancia del comercio transahariano y de los tuareg como principales agentes de este disminuyó a raíz del inicio del control europeo de las costas de África occidental. Desde mediados del siglo XV d.C. los portugueses fundaron bases y factorías con las que obtenían los bienes necesarios para financiar su imperio colonial, generando un cambio de dirección de las rutas comerciales, enfocadas a partir de este momento hacia las costas del golfo de Guinea. Sin embargo, fueron las expediciones militares llevadas a cabo por el sultanato de Marruecos las que definitivamente sumieron a prósperas ciudades como Timbuktú o Gao en el declive, drenando las oportunidades de los tuareg.

En esta línea, la llegada del colonialismo francés complicó aún más la vida de los tuareg, intentando unificar las confederaciones en las que este pueblo se había organizado. Con dicha acción, Francia buscaba incrementar su influencia en la región, accediendo así a concesiones de explotación minera en el territorio de este pueblo amazigh. Esto generó numerosas rebeliones armadas que resistieron al ejército colonial hasta principios del siglo XX.

Tras la oleada de movimientos de independencia en África en la década de 1960, los tuareg se encontraron divididos entre fronteras de diferentes estados, viendo restringidas sus actividades de pastoreo trashumante y la utilización de las rutas de comercio por la región, claves para su supervivencia. Este suceso, junto a las periódicas sequías que experimenta su territorio, explican la existencia de conflictos con las autoridades centrales de los estados, su demanda de una mayor autonomía y la acelerada sedentarización que sufren.

En los últimos años han llegado a medios europeos diversas noticias de la crisis estatal que Mali experimenta actualmente, representando a todos los opositores de Bamako de una forma similar: como fundamentalistas cuyo único objetivo es implantar la sharia. Algunas confederaciones tuareg, enormemente perjudicados por las políticas del gobierno central, están entre los rebeldes, pero sus actos tienen el único objetivo de garantizar la pervivencia de su pueblo y de su cultura.

A pesar de que los tuareg se siguen encontrando divididos entre diferentes estados y su sedentarización se está acelerando constantemente, hay motivos para el optimismo. Las recientes actuaciones de la Unión Africana en lo relativo a la libre movilidad de personas y mercancías, y la creación de autopistas que conectan el Magreb y las grandes metrópolis regionales pueden contribuir a la supervivencia de un pueblo único.

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Pablo Pérez Redondo

Graduado en Economía y Relaciones Internacionales en la Universidad Rey Juan Carlos. Especialmente interesado en las dinámicas de migración globales y en los procesos de desarrollo.

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