En la mayoría de los países africanos existe una amplia diversidad étnica y cultural. A menudo, esta realidad es el resultado de las divisiones establecidas durante la época colonial: las fronteras se trazaron bajo criterios económicos o geoestratégicos, pero raramente culturales. El caso de Etiopía, sin embargo, es distinto.
Si algo llama la atención de este estado del África Oriental es que nunca ha sido colonizado por potencias europeas más allá de la breve ocupación italiana entre 1936 y 1942. Esto no significa que Etiopía sea un país culturalmente homogéneo, más bien lo contrario. A lo largo de la historia, el Imperio Etíope, – a partir del cual se estableció la moderna Etiopía – incorporó varios pueblos bajo sus dominios. Es el caso de los oromo. Hoy en día, la Oromía es uno de los nueve kililoch o estados de la República Democrática Federal de Etiopía, y el pueblo más numeroso del país.
A partir del siglo doce, los oromo migraron desde los altiplanos del sur hasta el norte de la actual república. Quinientos años más tarde, parte de la población se había integrado en el Imperio Etíope, dominado por la etnia amhara, donde ambos convivían de forma pacífica. Esta situación cambió drásticamente a mediados del siglo diecinueve, cuando empezó un proceso de re-centralización y expansión imperial. Con el apoyo de potencias europeas, las tierras de los oromo fueron colonizadas, los habitantes esclavizados para la venta y los recursos explotados. El emperador Menelik II (1889 – 1913) llegó a poseer personalmente 70.000 esclavos. Cinco millones de personas, la mitad del pueblo oromo, fue masacrada y los supervivientes sometidos al nafxanya-gabbar, un régimen de semi-esclavitud.
En los años 60, la oposición al régimen del emperador Haile Selassie I creció, y también lo hizo el activismo de los pueblos colonizados por los amhara. En 1973 se fundó el Frente de Liberación Oromo (FLO) que reclamaba la “total liberación de la nación oromo del colonialismo etíope” contando con una ramificación armada.
En 1974, una revolución derrocó a Selassie y puso fin al imperio. En su lugar, se estableció un régimen militar filosocialista: el Derg. Aunque la oposición oromo también fue reprimida por el nuevo gobierno, el FLO no abandonó la resistencia armada ni el activismo político.
Muchas de las fuerzas opositoras al Derg se unieron en el Frente Democrático Revolucionario del Pueblo Etíope, cuyo objetivo era derrocar al nuevo gobierno. El FLO no se unió a esta coalición pero siguió luchando contra el régimen militar. En 1991, Addis Abeba cayó en favor de la oposición, se creó un gobierno de transición y un consejo de representantes donde consiguieron cierta presencia. Pese a estos cambios, una vez más, las demandas de autodeterminación del pueblo oromo no fueron escuchadas. Un año después, el partido fue ilegalizado y se inició una oleada de brutal represión.
La lucha armada, el activismo y las protestas de los oromo se han mantenido a lo largo de los años, hasta tal punto que en 2018 forzaron la dimisión del primer ministro Hailemariam Desalegn. Su sucesor, Abiy Ahmed, es el primer ciudadano oromo que ha llegado a ocupar esta posición. En una apuesta firme por el diálogo y la reconciliación, Ahmed liberó prisioneros oromo y legalizó de nuevo el FLO cuya cúpula pudo volver del exilio. Sin embargo, grupos a favor del pueblo oromo denuncian prácticas discriminatorias frente a los ciudadanos de esta etnia.
Desde su legalización, las relaciones entre el partido y el gobierno han sufrido altibajos. El año 2018 acabó con protestas y agitación en la Oromía. En enero de 2019, el líder del FLO, Dawud Ibsa, y el primer ministro firmaron un acuerdo de alto al fuego rechazando la violencia y apostando por el diálogo. El año 2020 será clave tanto para la formación de Abiy Ahmad, creada en 2019 tras la disolución del FDRPE, como para el FLO. Tras un comienzo de año convulso, las dos organizaciones tienen la vista puesta en las elecciones generales, previstas para el próximo mes de agosto.