El mes pasado, Teresa Bellanova, la Ministra de Agricultura italiana, se emocionaba al anunciar que la coalición de gobierno de la que es partícipe, pondría en marcha una regularización para todos aquellos inmigrantes sin documentación que trabajasen en labores agrícolas o de cuidado doméstico. Sin embargo, entender la inmigración como una oportunidad es un hecho sin precedentes. Históricamente, tanto inmigrantes como refugiados han sido percibidos como una amenaza para los gobiernos europeos. Además, por si fuera poco, esta percepción se ha visto fortalecida por los enormes flujos migratorios de refugiados de guerra de las últimas décadas.
Generalmente, el concepto de inmigración como amenaza se atribuye a las narrativas anti-inmigración que tan bien definen los partidos políticos europeos de extrema derecha, como la Liga Norte de Matteo Salvini. Cierto es que este tipo de ideologías juegan un papel fundamental, pero sería poco acertado describir una problemática tan compleja desde una perspectiva tan simple. Es por esto, que durante y tras un proceso de migración conviene analizar además del rol del país de destino, la situación del país de origen y el comportamiento de los países de tránsito.
Ante la pregunta ¿Crees que la inmigración es un arma?, probablemente, la respuesta sería un no. Desde que somos pequeños se nos enseña que un arma es un objeto que dispara balas o proyectiles, no una persona o un grupo de personas que se traslada de un país a otro. Sin embargo, un arma también es aquello que se utiliza como medio para conseguir un fin determinado. En 2010, Kenny Greenhill acuñó el término Weaponization of migration para describir el proceso en el que un estado utilizaba la migración como un elemento coercitivo, convirtiéndolo así en un arma y, por lo tanto, en una amenaza. En este ámbito, dentro de las relaciones africano-europeas, destaca el levantamiento de las sanciones por parte de la UE a Libia en el año 2004.
La década de los 90 fue un varapalo para el próspero gobierno libio. La crisis económica que azotó al norte de África durante esos años y el duro embargo armamentístico y aéreo de la ONU en 1992, crearon un escenario donde los peores parados serían inmigrantes y refugiados. A partir del año 2000, Libia se convirtió en un país de tránsito, puesto que la mayoría de inmigrantes y refugiados que partían desde Trípoli, Misurata o Bengasi provenían de Egipto, Sudán y Eritrea. Ante una voluntad nula de cooperación por parte de la UE, Libia convirtió a los miles de refugiados e inmigrantes que partían desde sus costas en un arma de política exterior. ¿Cómo? Digamos que la frase que mejor resume esta estrategia es la de: la inacción es la peor acción. Libia es considerado un agente provocador por no aceptar peticiones de asilo ni reconocer a ningún refugiado, además de no mostrar un ápice de voluntad en establecer un mínimo protocolo de control y seguridad en sus costas para luchar contra la red de traficantes de personas. Esta situación se agravó de tal manera que, entre los años 2003 y 2004, las autoridades costeras italianas contabilizaron más de 20.000 personas llegadas en patera. ¿Y después? Pues acto seguido, la UE levantó las sanciones de 1992, anteriormente mencionadas, porque, claro, 20.000 ya era un número considerable. Por último, un año después, la guinda al pastel la puso un acuerdo entre Gadafi y el gobierno italiano para repatriar a 140.000 inmigrantes y refugiados. Una medida que, desgraciadamente, provocó un efecto rebote masivo y convirtió al Mediterráneo en una necrópolis marina.
La inmigración desde el continente africano siempre ha sido una amenaza porque se utiliza como un arma y, desde Europa, tratamos de defendernos de ella como si de un arma se tratase. La realidad es, que mientras unos juegan a los barquitos, la flota se hunde, arrastrando con ella los sueños de personas que arriesgan su vida para huir de la guerra y el hambre. El camino es largo, y bien lo saben aquellas personas que hoy en Italia, gracias a la iniciativa de Teresa Bellanova y al apoyo incondicional de muchos de sus ciudadanos, pueden acceder a una documentación que debería ser un derecho universal. En tiempos de crisis y, ahora más que nunca, la solidaridad es protagonista. Como bien dijo Nelson Mandela, que nuestras elecciones reflejen nuestras esperanzas, no nuestros miedos. Diseñemos políticas públicas que conviertan a inmigrantes y refugiados en una oportunidad, y no en una amenaza.
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