Hace casi 2000 años, el geógrafo griego Ptolomeo elaboró un mapa en el que se citaban por primera vez unas montañas ubicadas en el corazón de África y en cuyas cumbres se reflejaba la luna como en un espejo. Ptolomeo las bautizó como las Montañas de la Luna. Por su parte, las comunidades que poblaban sus faldas, siempre las conocieron como las Rwenzori, las hacedoras de lluvia.
Hubo que esperar hasta 1889 para que el explorador británico nacionalizado estadounidense Henry Morton Stanley, confirmara su ubicación y las diera a conocer al mundo. Stanley observó para su sorpresa que, pese a encontrarse en latitudes tropicales muy próximas al ecuador, aquellas cumbres estaban cubiertas de nieve.
Recuerdo la emoción que me embargó la primera vez que puse mis botas sobre ellas. Las bases de la cordillera se encuentran abrazadas por una densa y húmeda selva en la que todo huele a tierra mojada y la vegetación crece con lujuria. Los vientos alpinos confieren a este lugar un agradable aire fresco que va en aumento a medida que se asciende por las laderas. El barro llega hasta las rodillas y los bosques de senecios y lobelias confieren al paisaje una belleza prehistórica. Por su parte, los grandes picos permanecen invisibles la mayor parte del tiempo, ocultos tras un espeso manto de nubes que no cesa de descargar agua durante más de trescientos días al año.
Las Rwenzori constituyen la frontera natural entre Uganda y la República Democrática del Congo. La cordillera mide cien kilómetros de longitud y cuarenta de ancho y alberga seis de los diez picos más altos de África. Sus humedales alpinos, lagos y arroyos son abastecidos, en parte, por glaciares cada vez más reducidos y ubicados principalmente en tres de sus cumbres: el Monte Stanley, el Monte Speke y el Monte Baker. Estos ambientes acuáticos de alta montaña constituyen las cabeceras del Nilo. Es un ecosistema único, habitado por numerosos endemismos vegetales y animales. Dada esta rica biodiversidad, la cordillera fue catalogada como parque nacional en 1991 y como Patrimonio de la Humanidad en 1994. Sin embargo, su singularidad y protección no evitan que este sea uno de los lugares del continente donde los efectos del cambio climático resultan más notorios.
Cuando llegamos al parque nacional, las recientes riadas habían dejado un rastro de destrucción. El principal río de la región, el Mubuku había arrastrado bloques colosales de roca que habían destruido casas, caminos, cultivos y vidas.
-No estábamos preparados- nos explicó Ronald, nuestro guía Bakonzo.
Pueblo nativo de estas montañas, los Bakonzo siempre han sabido lidiar con el poder destructivo de la imponente naturaleza que les rodea. Sin embargo, abandonados por el gobierno de Uganda y sometidos a una imprevisibilidad climática cada vez mayor, su supervivencia se ve amenazada por la destrucción de sus cultivos de yuca y café.
-Por desgracia, las Montañas de la Luna que Stanley conoció y sobre las que has leído ya no existen- lamentó Ronald en respuesta a mi pregunta sobre la situación actual de la cordillera.
El cambio climático parece concentrase como un efecto lupa en este lugar. Entre 1955 y 1990, los campos de nieve en los que según Ptolomeo se reflejaba la luna se han visto reducidos cerca de un 40%. Más allá de su evidente importancia medioambiental, estos mismos glaciares tienen a su vez una gran importancia cultural al ser el eje de las creencias animistas de los Bakonzo. Para ellos, los glaciares son la encarnación de Nzururu, el padre de los espíritus protectores de la humanidad Kitasamba y Nyabibuya. El sufrimiento de estos campesinos era visible en cada una de sus caras. Sus miradas se clavaban en el suelo o se perdían en el horizonte. Resultaba evidente que su día a día, si bien siempre fue duro, se había vuelto realmente difícil de sobrellevar.
Según expertos de la Universidad de Makerere y el Ministerio de Medio Ambiente ugandés, la tasa media de pérdida de hielo glacial es de aproximadamente 0,7 km² por década. Este fenómeno, indican los investigadores, está directamente relacionado con el aumento de la temperatura del aire en las montañas, la cual ha aumentado un promedio de medio grado por década desde que se iniciaron las mediciones a principios de la de los sesenta. Si esta tendencia se mantiene, se espera que los glaciares ecuatoriales de las Montañas de la Luna desaparezcan por completo en los próximos veinte años. Otra consecuencia de este aumento de las temperaturas es la modificación del régimen de lluvias en la cordillera que lleva parejo drásticos cambios en el flujo del Mubuku. Siempre ha sido un río bravo, propenso a las riadas producidas por los deshielos estacionales. Sin embargo, ahora la fusión apenas contribuye al caudal del río y el Mubuku se ha vuelto impredecible con subidas cada vez más frecuentes y violentas causadas por una pluviosidad alterada e inestable. Los precarios cultivos de los Bakonzo están sometidos a la estacionalidad y esta ha cambiado. Las inundaciones vienen seguidas de largos períodos de sequía que impiden la adaptación de los cultivos.
Todos los habitantes de las Rwenzori, tanto los Bakonzo como sus animales y plantas, se encuentran sumidos en una carrera contra reloj para intentar adaptarse lo más rápida y eficientemente posible a un entorno cuyo ancestral equilibrio ha sido trastocado y que cambia año tras año. Si no logran adaptarse, muchas de las increíbles especies que hacían de las Rwenzori un lugar único desaparecerán para siempre. Los Bakonzo, por su parte, pasarán de ser agricultores a refugiados climáticos, a menos que dejen de ser invisibles para el gobierno de Uganda, como lo fueron en su día las Montañas de la Luna para los primeros exploradores.